miércoles, 25 de marzo de 2015

Vago de Miércoles


Volveré a nacer en Santiago de Cuba allá por enero del 1842, hijo de un productor cafetalero francés apellidado Lafargue. Me llamarán Pablo, seré otra vez periodista, médico y comunista. Como tal pienso andar agitando por toda Europa: Burdeos, Madrid, La Haya, Brujas, Liege. A mi paso por Inglaterra tendré la infinita suerte de trabar amistad de exiliados con Carlos Marx y su familia, a quienes de corazón me uniré por amor a Laura, su segunda hija. En abril del 68, siglo XIX, ella y yo nos casamos en Londres.



La vida juntos es una gran aventura, muy bella e incomparablemente triste. Nuestros tres niños fallecen a los pocos días de nacer. La militancia nos implica en episodios de persecución anticomunista sostenida y a veces sangrienta. Tras el fracaso de la Comuna de París emigraremos a España, apoyados por algunos miembros de la Internacional gallega como Pablo Iglesias Posse, fundador del PSOE, compañero de lucha sobre quien, se dirá después, tuve una influencia importante.

De vuelta al refugio londinense colaboraremos con Marx en la transcripción al francés de El Capital, y a su partida continuaremos juntos traduciendo y difundiendo la obra entera entre franceses y españoles. Inspirado por él y otros autores, en 1880 aprovecharé para escribir un ensayo crítico sobre el concepto y la filosofía dogmática del trabajo impuesta por la burguesía sobre la clase trabajadora para consolidar la ideología propia del capitalismo. Me refiero a toda esa mierda de la responsabilidad, la prepotencia, la contracción al trabajo, toda esa mierda de que Dios ayuda al que madruga, toda esa mierda de preguntarme Qué sos Qué hacés, te respondo que Estudio Escritor Cantante Artista, no entendés, balbuceás Pero no, de qué vivís. Y encima vos y yo y casi todos hacemos e hicimos somos todo eso estudiar laburar cantar escribir rascarnos la argolla los huevos el pupo, ser artistas. Todo un trabajo.

El derecho a la pereza (Le droit à la paresse) que es como titulé al libro, comienza con una cita del escritor alemán Efraín Lessing: “Seamos perezosos en todas las cosas, excepto en amar y beber, excepto en ser perezosos”. Allí propongo sencillamente aprovechar el desarrollo de los medios de producción y de la abundancia económica que resulta de la combinación entre la modernización tecnológica y el trabajo social, para reducir entonces la jornada laboral, liberando al pueblo de la esclavitud laboral para consagrar su tiempo al disfrute de la vida, al gozo de las pasiones humanas, las ciencias, el arte. En la Argentina (donde volveré a nacer en 1968) la abundancia es tal que un país de 45 millones de habitantes produce alimentos para 400 millones. Pero los ejemplos contradictorios serían innumerables: la aglomeración ciudadana, familias enteras y parejas encerradas entre cuatro paredes, y a metros la pampa fértil, infinita y vacía. Departamentos vacíos, autos y bicicletas que nadie maneja, toneladas de ropa que nadie viste, butacas de cine y teatro donde nadie se sienta, cursos de canto y baile a los que nadie asiste, etc. Intentaré explicarlo mejor en otra ocasión. Vaya por aura un pequeño avance.

Cuando Federico Engels viaje al mas allá a reunirse con Marx para siempre, nos honrará a Laura y a mí nombrándonos herederos de parte de su legado e incluso de una importante suma de dinero que nos permitirá terminar esta aventura volviendo a Francia. Será una larga y tranquila despedida en una casita de las afueras parisinas.

En 1911 cumpliré 69 años, Laura festejará 66. Ese año moriremos juntos. Será un sábado por la noche de noviembre, después de haber hecho un día casero normal, con sus comidas, paseos otoñales y amores pornográficos, rematado con una ida al cine, una última cena e interminables botellas de vino, algo de merca, mariguana y mucho tabaco, escuchando únicamente Beatles, Stones, Dylan, Red House Painters, Charly y Spinetta.

A la mañana siguiente, cuando el jardinero nos descubra durmiendo, encontrará esta carta:

Sanos de cuerpo y espíritu, nos quitamos la vida antes de que la implacable vejez nos arrebate uno a uno los placeres y las alegrías de la existencia, antes de que nos despoje también de nuestras fuerzas físicas e intelectuales, de que paralice nuestras energías, resquebraje la voluntad y nos convierta en una carga para nosotros mismos y para los demás. Hace ya años que nos prometimos mutuamente no rebasar los 70, y por ello fijamos este momento para retirarnos al fin de la vida. Zarpamos con la alegría suprema de tener la certidumbre de que en un futuro próximo triunfará la causa por la que hemos luchado durante tanto tiempo. Viva el comunismo. Viva el socialismo internacional
 
Dos días después en el cementerio de Père-Lachaise, donde compartimos adiós entre otros con Oscar Wilde, Édith Piaf y Jim Morrison, mientras arde el fuego eterno, escucharemos a través de las llamas el emotivo adiós de varios seres amados, entre ellos el que nos regala el camarada ruso Vladimir Lenin.
 

 

Juanito pescando entre latas
      Antonio Berni (1972)

 

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