domingo, 8 de mayo de 2011

“Obama” Bin Laden y el gobierno terrorista de los EEUU

por Juan Bautista Echegaray


“América puede hacer todo lo que se propone”, amenazó el presidente de los Estados Unidos la noche del domingo pasado al anunciar la muerte todavía incomprobable de Osama Bin Laden, individuo cuya identidad cobrara la siniestra fama de haber sido el supuesto autor intelectual del colosal atentado del 11S. Lejos de sembrar la idea de que “ahora el mundo es más seguro”, el macabro discurso de celebración pronunciado por Barack Obama ha cosechado el repudio de los vastos sectores de la opinión pública mundial que en su momento cuestionaron la infundada decisión que lo distinguiera con el Premio Nóbel de la Paz. En aquella ceremonia, el comité noruego argumentó su capricho planteando que no se proponía condecorar una trayectoria sino comprometer al poderoso gobernante en la tarea de pacificar el planeta. “Siento que no merezco este honor”, expresó entonces Obama con incomodidad, y no se equivocaba.

A nadie se le escapa que el “exitoso” desenlace de la bautizada Operación Gerónimo -código de la incierta misión planificada para matar a Bin Laden- ha sido presentado en pleno contexto de las multitudinarias rebeliones árabes contra los gobiernos represivos antológicamente sustentados por los EEUU. Días antes de ser derrocado, el egipcio Hosni Mubarak recibía el halago de la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, quien lo calificaba como “un amigo de la familia”, y bien sabemos de la excelente amistad que existió entre las familias petroleras Bush y Bin Laden hasta el mismo día fatal del World Trade Center. Eran tan buenos amigos que mientras George W. Bush no tardaba en adjudicarle a un renegado ex alumno de la CIA la autoría del atentado (Osama) el único avión de pasajeros habilitado para despegar de suelo norteamericano era el jet en que decenas de saudíes apellidados Bin Laden se rajaban de su residencia en los EEUU.
Uno de los pilares de la campaña proselitista que catapultó a Barack Obama hasta la Casa Blanca fue la promesa de desmontar la base militar de Guantánamo y frenar las “guerras preventivas” inauguradas por George W. Bush en el 2001. Pero la promesa se transformó en un fantasma que deambula por ese castillo de la Santa Inquisición que sigue siendo Guantánamo. Promesa fantasma acosada por un millón de espectros afganos e iraquíes y por las almas desahuciadas de los cientos de soldados americanos que la demencial cruzada por la “justicia infinita” trasladó hasta el mismo infierno, de donde sin poder volver a casa, sólo lograron escapar pagando peaje con su suicidio. El Apocalipsis ahora: “El horror... el horror...”.
¿Su testimonio? Probablemente haya que leerlo en el apreciable descenso en los índices de popularidad que concitaba el presidente Obama de cara a su reelección en los comicios del año entrante. Dichos indicadores son además el reflejo directo de la apabullante crisis que embarga a los Estados Unidos, y que la administración actual decidió “enfrentar” aprobando ni más ni menos que un golpe de estado financiero a través del cual billones de dólares pertenecientes al patrimonio fiscal estadounidense fueron transferidos con absoluta impunidad a las bóvedas bancarias de los mismos culpables del descalabro hipotecario causante de la depresión.

Terrorismo de género

Resulta irritantemente significativo que la rimbombante buena nueva de la ejecución del talibán se dé justo cuando las cortes norteamericanas de justicia acaban de poner en libertad a Luis Posada Carriles, confeso responsable ideológico y material de innumerables actos terroristas organizados y solventados con el aporte de la CIA, y que perpetrados en nombre del anticomunismo se cobraran centenares de víctimas inocentes a lo largo y a lo ancho de nuestro continente. Y esto al mismo tiempo en que cinco ciudadanos de Cuba que se encontraban abocados a procurar impedir otro atentado contra su país, permanecen presos desde hace ya más de una década en el frondoso sistema carcelario norteamericano, pese a la violación reiterada de sus derechos legales y los reclamos de una notoria y valerosa parte de la comunidad cultural de los Estados Unidos.

Es innegable que la falta de pruebas y las contradicciones que revisten al informe proporcionado por Obama, suscriben al modus operandi conque la Casa Blanca se condujo en diferentes momentos de la historia, tanto para ocultar como para legitimar su participación en una serie inacabable de tragedias y conflictos de todo tipo. Algunos ejemplos son: el incidente del Golfo de Tomkin que abrió camino a la injerencia estadounidense en Vietnam; el Informe Warren que acusando al tirador Lee Harvey Oswald y su “bala mágica” archivó de forma inverosímil la causa por el crimen de JFK; la presunta existencia de armas nucleares y bacteriológicas en poder de Saddam Hussein que ocasionó el desembarco de los Marines en Irak. Pese a la dictadura mediática que sirvió para imponer estas falsedades, la verdadera trama de razones, efectos, protagonistas e intereses involucrados en estos y otros muchos hechos aberrantes, se fue descubriendo gracias al trabajo de investigadores que hasta perdieron la vida en el anhelo de explicarse a sí mismos y dar a conocer al mundo el quién, cómo y por qué de la barbarie. Valga homenajearles en el recuerdo de la labor realizada por el periodista argentino Carlos Suárez, autor de una obra clave para comprender las fuentes e implicancias enterradas bajo los escombros atroces sobre los que el presidente Obama pretende resucitar la pesadilla: “Autoatentados / Gemelas-Pentágono-CIA / El pacto oscuro detrás del 11 S” (Cartago Ediciones, 2008). En el mismo homenaje, se torna imprescindible recurrir a la memoria de Benazir Bhutto, lidereza del centroizquierdista Partido Popular Pakistaní, quien fuera la primera mujer de un país musulmán en acceder al cargo de Primer Ministro, y que en noviembre del 2007, semanas antes de morir asesinada durante una caravana popular, en un reportaje televisivo concedido al entrevistador británico Sir David Frost denunciara entre sus potenciales verdugos a “una figura clave en la seguridad, un ex oficial militar que tiene relaciones, entre otros, con Omar Sheik, el hombre que asesinó a Osama Bin Laden”.

Omar Sheikh es un ciudadano británico de ascendencia pakistaní que debutó en las grandes ligas del terror secuestrando un contingente de turistas occidentales que visitaban la India en 1994. Cinco años más tarde, en 1999, mientras cumplía condena por el hecho mencionado, fue liberado de los calabozos ingleses a cambio de los pasajeros de un vuelo de Indian Airlines en poder de los Talibán. El ilustre curriculum de Sheikh amerita bosquejar la hipótesis de que se trata de un triple agente de los servicios secretos de Inglaterra, Pakistán y Afganistán. La lista de acusaciones que pesan en su contra es larga. Se ha dicho que en los días previos a la catástrofe de Nueva York, Sheik le giró 100 mil dólares a un tal Mohammed Atta, sindicado como jefe del equipo secuestrador de los aviones que impactaron contra las torres gemelas. Se ha dicho también que ese dinero fue depositado siguiendo órdenes de los directores de la CIA y los ISI (Inter Services Intelligence, la Central de Inteligencia de Pakistán). Los primeros días de febrero del 2002, Omar Sheikh fue acusado por la desaparición del periodista norteamericano David Pearl, corresponsal del Wall Street Journal que se encontraba en Pakistán investigando las conexiones entre el 11S, la CIA y los ISI. A fin de mes, cuando sus captores difundieron un video que mostraba el instante en que Pearl era degollado, Sheikh se entregó inmediatamente a las autoridades pakistaníes. A instancias del presidente Musharraf, Sheikh fue condenado a la pena de muerte aunque sus abogados y la esposa de David Pearl alegaran desde el vamos que él no era el verdadero culpable. En el 2003, alguien llamado Khalid Sheikh Mohammed se hizo cargo de esta culpa en las mazmorras de Guantánamo. La ejecución de Sheikh sigue pospuesta, el alegato de su defensa aún no ha podido ser escuchado, nunca fue llamado a declarar por su vinculación con Mohammed Atta, y todo indica que sigue vivo como una especie de seguro: si abren la boca, lo invitamos a cantar a Sheikh. El pasaporte de Mohammed Atta fue hallado irrisoriamente intacto entre las ruinas humeantes del WTC.

Si Benazir Bhutto pudo predecir con toda certeza su propio asesinato, no es para nada descabellado deducir que cuando dijo que Omar Sheikh mató a Bin Laden estaba igualmente en lo correcto. Pero si así no fuera, subsiste la versión de que Osama Bin Laden murió el 15 de diciembre del 2001 en las montañas afganas de Tora Bora, en el límite con Pakistán. Si bien aquel día los aliados angloamericanos bombardearon las cuevas talibanes del área, Osama podría haber fallecido más que nada debido a las complicaciones de diálisis sufridas en su tratamiento del cáncer de riñón que a mediados de ese año requirió una emergencia quirúrgica operada en un hospital estadounidense de Dubai.

Al cumplirse una década de la voladura del Centro Mundial de Comercio, el presidente de los Estados Unidos anuncia que Osama Bin Laden fue abatido el fin de semana pasado en una mansión ubicada en las afueras de la capital de Pakistán, y que el comando “Gerónimo” asignado para ajusticiarlo terminó arrojando su cuerpo al océano “según las tradiciones del Islam”. A falta de muerto, la Casa Blanca se convino a mostrar las evidencias fotográfícas del cadáver. Eso hasta ayer. Hoy nos informan que el presidente Obama ha decidido no mostrar las fotografías “por motivos de seguridad nacional”. ¿Pero en qué quedamos, Mr. President? ¿No era que con la desaparición física de Osama el mundo era un lugar más seguro?

Los periódicos señalan que la salud de la popularidad de Obama se recuperó favorablemente y que las células talibanes ya están tramando la venganza. Vaya negocio el de la guerra.


En boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso

Idénticos métodos de propaganda sucia proliferaron durante estos últimos meses al servicio de una cobertura desinformativa que con inaudita y patética amplitud se ha encargado de apañar la invasión de la OTAN sobre Libia. Ninguna imagen pudo dar siquiera cuenta mínima y mucho menos irrefutable de los alarmantes reportes sobre las masacres cometidas por el tirano Kadafi entre las demostraciones callejeras que pugnaban por una apertura democrática. Incluso algunas figuras respetables del campo intelectual progresista, quienes desde muy temprano advirtieron los motivos de carácter económico excusados por la engañosa resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, coincidieron sin embargo con la prédica interventora cuando llamaron al apoyo de los “revolucionarios” que en menos de lo que canta un gallo se transformaron de pacíficos manifestantes en “fuerzas rebeldes” de fusil contra fusil. En paralelo, la diligente “acción humanitaria” propuesta, votada y divulgada como el “establecimiento de una zona de exclusión aérea con el único objetivo de proteger a las poblaciones civiles”, pronto hizo evidentes sus designios de jugar a favor de una de las partes en disputa, precisamente de esa heterogénea “bolsa de gatos” conque los expertos concluyeron en clasificar a las legiones levantadas en los ricos territorios petroleros asentados al este de Libia, donde hasta se puso en marcha un banco insurrecto encargado de chequear las transacciones del crudo que yace en las reservas más finas y baratas de la tierra.

Conjunción de factores que podría ayudarnos a entender cómo esta salvaje campaña de bombardeos sigue adelante amparada en el silencio y la inmovilidad de la mayoría de los gobiernos del mundo. Cabe resaltar la burdísima intentona difamatoria que la embajadora de los EEUU ante la ONU, Susan Rice, hiciera la semana pasada en el Consejo de Seguridad, cuando dijo que las tropas libias cometen violaciones sexuales masivas estimuladas con el uso de pastillas Viagra suministradas por el Coronel Kadafi. Lo dijo la misma semana en que los misiles de la coalición atlántica dieron muerte a un hijo y tres nietos del líder libio.

Con todo, el viejo cuento de las hadas madrinas nórdicas versus los ogros tercermundistas no consiguió hipnotizar a aquellos ciudadanos del mundo entero que tomaron en sus manos y conciencias la urgencia de esclarecer por sus propios medios y redes sociales los avatares de esta nueva invasión. Entre ellos, con su firma a la cabeza, el heroico Comandante Fidel Castro Ruz y las páginas digitales del portal Cuba Debate.

Un enorme peligro se cierne sobre la humanidad tras esta escalada de guerras multinacionales y mentiras flagrantes. Es competencia de nuestros gobiernos expresar oficialmente, sin más demora y al unísono la sanción universal que ponga freno a la gravísima situación planteada. En tal sentido, los pueblos de Sudamérica debemos movilizarnos por una iniciativa inmediata de la UNASUR. ¡Que la corona inglesa devuelva las Islas Malvinas y que los EEUU retiren la IV Flota de nuestros océanos!

Gerónimo!!!

Indignados, los herederos de la Nación Apache pusieron el grito en el cielo al enterarse que la increíble ofensiva que (no) mató a Osama Bin Laden llevó el nombre encriptado de “Gerónimo”, su último gran jefe. En 1888, dos años después de la captura de Gerónimo, el historiador Frederick Remington relataba sus luchas de resistencia contra la conquista española, yanqui y mexicana diciendo: “Los apaches fueron siempre los más peligrosos de todos los indios del oeste. En el ardiente desierto y en las vastas extensiones rocosas de su país, ningún hombre blanco pudo jamás capturarlos durante una persecución”. Gerónimo murió en 1909 confinado en alguna reserva apache de Luisiana, cuando el genocidio de su pueblo se había consumado y la Nación Apache quedaba expropiada y reducida a las mismas condiciones de degradación y miseria que aquejan a las familias quilmes y qom en la República Argentina.

Cuando en el año 2001 los agentes de la CIA destinados en Afganistán recibieron la orden de traer la cabeza de Osama Bin Laden al despacho del presidente George W. Bush, los ecos de cierta leyenda volvieron a resonar en los oídos gringos. La leyenda refiere que en sus jóvenes días de estudiante de abogacía, el abuelo de George W., don Prescott Bush, se fue una vez de campamento con sus compañeros de la Universidad de Yale hasta la tumba de Gerónimo, y que de allí se robaron la calavera del jefe indio como trofeo para la sociedad secreta que desde comienzos del siglo XX promueve a los altos funcionarios del Pentágono, la CIA y las principales empresas norteamericanas: la escalofriantemente célebre “Skull & Bones” (“Calavera y Huesos”). Al menos tres presidentes de los Estados Unidos han pasado por la secta. Dos de ellos son el hijo y el nieto de Prescott Bush, o sea George Herbert y George Walker Bush. El otro fue Howard Taft, aquel que dijo: “No está lejano el día en que tres banderas de barras y estrellas señalen la extensión de nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. Todo el hemisferio será nuestro, pues en virtud de nuestra superioridad racial ya es moralmente nuestro”.

El cineasta Michael Moore, quien documentara las relaciones entre Osama Bin Laden, los Bush y el gobierno de los EEUU en el filme “Farenheit 9/11”, escribió el lunes pasado en su website: “Oh American Indians, we have killed people all over the world, but we will never forget you were our first”.

“Oh Indios Americanos, hemos matado gente en todo el mundo, pero nunca olvidaremos que ustedes fueron los primeros”.

1 comentario:

  1. Libia. Tratado sobre el conflicto bélico en:

    http://aims.selfip.org/~alKvc74FbC8z2llzuHa9/default_libia.htm

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