miércoles, 2 de junio de 2010

Abracadabra

La gestión municipal a las órdenes de Mauricio Macri es tan deplorable que su carrera política estaría desde ya liquidada si no fuera porque a la derecha argentina tanto le sobra guita como le escasea dirigencia. Algo imperdonable desde el punto de vista de sus intereses y recursos privilegiados. Los mejores chicos y chicas de la clase alta han de haber sintonizado con otros espíritus de la época, desconfiando del linaje lo suficiente como para ajustar su destino con la dicha compartida de un pueblo entero.

Entre las últimas trastadas que se habría mandado la administración Macri estaría la de haberle jodido la acústica al Teatro Colón, sonoridad que según expertos en la materia era una de las más exquisitas del mundo de la ópera. Para la reapertura del 25 de mayo se ofreció “El lago de los cisnes” de Tchaikosvky y “La Bohème” de Puccini. El musicólogo Roberto Blanco Villalba opinó luego respecto de la velada: “La vieja y casi mágica acústica del Colón ya no existe. Ese peculiar redondeo del sonido, esa extraña cualidad que no encontré en ningún otro lugar del mundo de embellecer lo que suena, no estuvo presente. Estando sentado en platea al fondo del extremo izquierdo –una de las mejores ubicaciones para apreciar la orquesta– pude comprobar que el sonido es bastante brillante y seco, un poco como el del Avenida. Además, los distintos sectores de la orquesta no amalgaman y por lo tanto suenan como yuxtapuestos y hay un cierto desbalance a favor de la mitad izquierda de la orquesta que no debería existir a partir de la décima fila cuando mucho”.
Investigando, supe que a la hora de diseñar o refaccionar una sala de conciertos existen algunas cuestiones básicas a tener en cuenta en función de la óptima audición: las dimensiones del lugar, la altura y esponjosidad del techo, la disposición del suelo, el aforo. ¿Aforo? La cantidad de localidades. ¿No será que por esas cositas del business le agregaron unas cuantas butaquitas al teatro? Detalles diría uno. Porque después de todo, cuántos conocemos de veras el Colón. Tampoco vamos a andar hablando al pedo. Nomás contamos otro bache en la trayectoria intendente de Maurice.

Pero lo que sí conocemos como la palma de nuestras manos, o mejor dicho, como la suela de nuestros zapatos, o las cubiertas de nuestras bicis, autos, taxis y bondis, son los baches de la calle Tacuarí. Esa superficie lunar que las omnipresentes aplanadoras ciudadanas jamás arreglaron y que se extiende desde la Av. Caseros hasta la Av. Martín García, en las fronteras de los barrios San Telmo y Barracas.


Sí, allí mismo donde hasta hace instantes quedaban las oficinas de El Gran Diario Argentino. Allí mismo, créase o no, como por arte de un pase de realismo mágico ejecutado con sentida literatura desde nuestros infiernos, y tal cual sucede al desenlace de la película “Poltergeist”, la tierra se acaba de tragar la redacción de Clarín. El inmenso agujero de 30 mts de diámetro x 60 mts de profundidad, por dónde el multimedio se hundió en sus cloacas, tiene una forma cilíndrica tan exacta que diríase fue excavado desde las profundidades de nuestra historia por Pedro Ríos, el muchachito correntino que murió batiendo el tambor para aliento del ejército independentista que la jornada del 9 de marzo de 1811, en Tacuarí, Paraguay, combatió al comando de Manuel Belgrano.

Por fortuna, la totalidad de la planta laburante del matutino tuvo tiempo de evacuar la sede y la solidaridad del gremio no se ha hecho esperar. Hasta el momento, sólo se desconoce el paradero de los columnistas políticos Eduardo Van der Kooy y Julio Blanck, quienes pudieran haber caído devorados por el sótano.



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